El arte coreano de la peripecia. Reseña de «La reina de las lágrimas»

Reseñamos el último éxito de la industria surcoreana del entretenimiento, la miniserie de dieciséis capítulos «La reina de las lágrimas», que ha arrasado en el mercado asiático, lanzando al estrellato a Kim Ji-won. Concretamente, analizamos el arte de la peripecia, fuente de aciertos y errores en la narración, y sello inconfundible de las series dramáticas surcoreanas.

Hace un par de semanas les hablaba aquí de Limónov, el escandaloso escritor ruso que pasó sus últimos días armando bronca en su país con el partido ultraderecha-izquierdista Nazbol. Y hoy, les hablo de algo completamente alejado del asunto, pero que me entusiasma a partes iguales, confirmando que padezco el síndrome de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde: el último drama surcoreano que arrasa entre los aficionados, «La reina de las lágrimas». En mi primera novela, «El naufragio de los imperios. Memorias de amor», rindo un pequeño homenaje tanto a Corea como a los K-dramas.

Lo primero que quiero dejar claro es que la miniserie me ha dejado con un sabor agridulce, pues si bien tiene todos los puntos fuertes de las producciones coreanas, también tiene los más débiles. Y si tengo que quedarme con algo es con la brillante actuación de Kim Ji-won (y de su equipo de vestuario).

Pero centrémonos en la cuestión de fondo. ¿Qué es lo que hace que «La reina de las lágrimas» nos dé una de cal y otra de arena? Si no estoy muy equivocado, el problema gira en torno al uso y el abuso de la peripecia. El diccionario de la RAE sentencia que la peripecia es, «en el drama o en cualquier otra composición análoga, cambio repentino de situación debido a un accidente imprevisto que altera el estado de las cosas». Hace ya bastantes años, el inefable Boris Izaguirre contaba en televisión que había conocido al inventor de las telenovelas, un cubano del que no recuerdo su nombre, pero que las definía como «una historia en la que un hombre y una mujer se aman pero el guionista no les deja estar juntos». Y en ese «no dejarles estar juntos» juega un papel central el arte de la peripecia. 

Recordemos ahora el argumento principal de «La reina de las lágrimas»: Hong Hae-in (Kim Ji-won) es la indiscutible líder del sector de los grandes almacenes de Corea del Sur y heredera de un gran grupo empresarial. Está casada con Baek Hyun-woo (Kim Soo-hyun), un chico de pueblo al que conoció en su propia empresa cuando trabajaba de empleada de incógnito en un puesto básico. Tres años después de su matrimonio, duermen en habitaciones separadas, casi no se hablan y Hyun-woo, que además odia la dinámica de su familia política, está decidido a pedir el divorcio.

Alerta de spoilers [si no quieres saber cómo se desarrolla y termina la historia, oh lector, deja de leer].

Este planteamiento conoce su primera y más importante «peripecia» al final del primer capítulo. Hyun-woo entra en la habitación de su esposa con el contrato de divorcio dispuesto a planteárselo tras muchos miedos y dudas, pero ella le confiesa algo inesperado: un oncólogo le da tres meses de vida por un raro tumor en su cerebro. 

Esto desencadena el primer conflicto: ¿qué hacer? ¿Seguir adelante con el divorcio u olvidarse del asunto y esperar a que Hae-in muera? En los dos siguientes capítulos, Hyun-woo lucha con su conciencia. Si bien quiere alegrarse de que el destino le sirva en bandeja una solución «indolora» a su dilema, su brújula moral le empuja en otro sentido, y mientras se produce esta lucha interna, va recordando poco a poco qué es lo que le hizo enamorarse de Hae-in y los propios fallos que él cometió en su alejamiento mutuo.

A la vez, y para ganar tiempo, Hyun-woo comienza a tratar con especial deferencia a su esposa, lo cual hace que esta misma también recuerde qué lo enamoró y qué errores la alejaron de él. La transformación de Hae-in es la más evidente y la mejor escrita, pues de jefa odiosa, fría y mandona, pasa poco a poco a transformarse en una joven encantadora y sentimental, subyugada por el amor y por su orgullo. 

Este proceso dura muchos capítulos, y en ocasiones resulta agotador debido a los recursos manidos de los dramas, con sus recordatorios constantes  de lo que ya ha ocurrido, sus flash-backs y sus interminables cámaras lentas. Entre esos recursos están las peripecias que atañen a los personajes secundarios, en especial de Yoon Eun-sung (Park Sung-hoon), un misterioso personaje que surge del pasado con «planes diabólicos» (fucking diabolical, como diría el gran Billy Butcher de «The Boys») de venganza familiar, que incluyen quedarse con el grupo Queens, de la familia de Hae-in, y conquistar a esta última, de la que estaba secretamente enamorado desde pequeño. Eun-sung no se detendrá ante nada para conseguir estos dos objetivos. 

He ahí el segundo gran conflicto, que desata la segunda gran peripecia: Eun-sung descubre que Hyun-woo tenía pensado pedir el divorcio a Hae-in y se lo revela a esta. Esto desata el divorcio real entre ambos, pero Hyun-woo, que ya está convencido de que ama de nuevo a su mujer, decide no rendirse y no solo busca recuperarla sino encontrar un hospital en Europa que trate el tumor de su esposa.  Entramos en otro largo arco argumental en el que se impone un nuevo acercamiento paulatino entre ambos protagonistas, hasta que Hyun-woo encuentra un hospital en Alemania que opera esos tumores con altas tasas de éxito, pero con un importante precio a pagar: el daño del hipocampo y de la memoria. 

Este es el tercer gran conflicto y que dará paso a la tercera gran peripecia. Y es aquí donde, desde mi punto de vista, la fortaleza que suponía el hábil uso de las peripecias narrativas se convierte en su principal error. Todo va cuesta abajo a partir del decimocuarto capítulo, cuando Hae-in se somete a la operación, pero merced a artimañas de Eun-sung, Hyun-woo es detenido por la INTERPOL mientras su esposa sigue en el quirófano. La primera persona que ve Hae-in al despertarse es Eun-sung, quien obviamente le cuenta lo que él quiere que ella sepa de sí misma y de su vida.

Análisis de errores finales

Me dirán que los dramas coreanos tienen un gran componente de «irrealidad», pero como en toda obra de ficción, el mundo que levanta el escritor o guionista debe atenerse a sus propias reglas de realismo: las que se han establecido a lo largo de la historia. Y es esta regla la que se rompe con la última peripecia, ya que a partir de aquí, y constreñidos por el tiempo (solo quedan dos capítulos) la trama se precipita, y con ella, los fallos. 

Si bien Eun-sung se preocupa en los primeros compases de que Hae-in no se quede sola con nadie que pueda contradecir la historia que le había contado, luego este desaparece siempre en los momentos más necesarios para que la trama avance. Por si esto no fuera un problema, Hae-in tiene convenientes flashes en los que recupera la memoria, o se siente atraída sin entenderlo por Hyun-woo. Su antigua secretaria y amiga, Na Chae-yeon (Yoon Bo-mi), a la que arrastra en su «investigación» sobre la verdad de su familia, no le cuenta nada de lo que en realidad sabe porque… ¡patatas! No conviene ahora al guion. Con estas premisas, Hae-in no tarda en comprender que Eun-sung le ha contado una sarta de mentiras y todo se precipita hacia un final feliz no exento de tragedia. 

Aquí, al menos, se guarda la coherencia con todo lo que se ha visto en la serie, y el matrimonio mal avenido del primer capítulo se reencuentra en su verdadera y primigenia esencia. No obstante, el mal ya está hecho, empañando lo que podría haber sido un drama casi redondo. Y digo «casi» porque no todo era perfecto. Quizás el principal problema tenga que ver con el personaje de Hyun-woo, que se convierte en un ángel a partir del tercer capítulo, ya no cambia en lo que queda de serie. Además, Eun-sung es un villano cuyas razones a veces comprendemos, pero otras veces simplemente se comporta como un malo de cartón-piedra. En ese sentido, está mejor construida su madre, responsable de la trama secundaria en torno al patriarca de los Hong y su grupo empresarial.

Por otra parte, el metraje es infernal, con dieciséis capítulos de hora y media cada uno, y situaciones que podrían haberse resuelto de otra manera sin extender el metraje. 

El éxito de «La reina de las lágrimas»

La cuestión entonces es dilucidar en qué radica el éxito de «La reina de las lágrimas». Apuesto por tres razones fundamentales: las tramas y personajes secundarios, la química entre Kim Ji-won y Kim Soo-hyun, y finalmente la extraordinaria actuación de Kim Ji-won, que se come la pantalla a bocados cada vez que aparece y que desprende un carisma descomunal. No es casualidad que esta seria la haya lanzado a la primera línea del estrellato en Corea del sur, es decir, en Asia entera. 

Loor y gloria a la jovencita de Seúl que una tarde de 2007, siendo todavía una tierna adolescente, fue descubierta por un agente del mundo del entretenimiento, y que a estas alturas debe ser una jodida leyenda de la industria.

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