El mundo de Jane Austen era ajeno a la realidad geopolítica del momento. Hoy día, sus lectores son también ajenos a la realidad de su tiempo.
La escritora británica Jane Austen es una de las más leídas en todo el mundo occidental, y muy en especial en nuestros días, lo cual no deja de ser paradójico. En el momento hiperfeminista en que vivimos, las mujeres lectoras devoran todo lo que Austen escribió hace doscientos años, a saber, historias cuya razón de ser es el casamiento de las hijas de la aristocracia rural británica con el marido ideal.
Sus novelas pueden leerse en clave romántica —que es lo habitual en nuestros días—, aunque también en clave económica, como hace Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI, en especial para tratar la cuestión del rentismo y la acumulación de bienes acelerada que se produjo durante todo el siglo XIX en el decir superior de la pirámide poblacional europea.
Servidor de ustedes es blanco, heterosexual y de clase media, y lee a la Austen con secreto gozo (ahora ya no tan secreto), pero hay algo que siempre me ha extrañado de sus libros: no parecen estar enmarcados en el tiempo que le tocó vivir. Me explico.
En Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio, las dos novelas que mejor conozco, el escenario casi no abandona la campiña inglesa. Solo en la primera las protagonistas pasan una temporada en Londres, pero nada nos hace sentir que estamos en la gran metrópoli, ya que la acción transcurre siempre dentro de una casa y no hay descripciones de la ciudad. Ahora bien, esto no es lo más notable, lo que me hace siempre rascarme la cabeza. No. Lo que me llama la atención, y por eso creo que Austen está de actualidad, es que en sus novelas no hay mención alguna a la situación del mundo. Y no es cosa menor, pues cuando se escriben sus libros, toda Europa está en llamas por las guerras napoleónicas. No parece haber preocupación por una posible invasión de las islas por la Grand Armée, y el único militar que aparece en Orgullo y prejuicio está para ser tratado como un sinvergüenza.
Es como si el peligro y la realidad de una conflagración militar fuera ajeno al mundo de Austen. Lo importante no es que los casacas rojas se estén batiendo el cobre con Napoleón en Europa, sino encontrar marido adecuado. Los personajes masculinos de sus novelas —los cuales estarían más interesados en hablar del transcurso de la guerra—, solo se preocupan de las rentas, del casamiento del vecino, del pasado del señor de tal o del maldito tiempo que echará a perder la caza del zorro.
Como historiador de carrera —que no ejerce, vaya— siempre me digo al leer a Austen: pero ¿y el peligro de la invasión napoleónica? ¿Y el destino de los jóvenes británicos en la peninsular war (como llaman los ingleses a nuestra Guerra contra el Francés o Francesada)? Nada hay de eso.
En mi cuenta de Instagram sigo sobre todo a usuarios interesados en la literatura, la mayoría de los cuales son féminas (aunque no todos). Muchos de estos usuarios son también escritores. Y por lo que colijo de sus publicaciones, lecturas e intereses, parece como si vivieran en el mundo de Jane Austen. No porque solo les interese el matrimonio o la renta, nada que ver, sino por su inconsciencia de lo que está ocurriendo en el mundo.
Como aficionado a la geopolítica y extraordinariamente interesado en las relaciones internacionales, doy gracias todos los días de que aún no hayamos llegado a la tercera guerra mundial. Porque, queridos lectores, estamos muy cerca de ello. Y si por desgracia se declara, todas nuestras lecturas, nuestros proyectos literarios, nuestros castillos de naipes ideológicos, se conflagrarán como si nos acercásemos demasiado al sol.
Pero incluso en un escenario no apocalíptico, el mundo que hemos conocido hasta ahora está desapareciendo. Las ideologías que nos sustentan: la democracia, el libertarismo, el hiperfeminismo, la teoría queer, el individualismo a ultranza, y un largo etcétera soportado por el imperio de los EEUU, sus dólares off-shore y su marina de guerra, se están viniendo abajo a una velocidad que pocos preveían.
El mundo austeniano del siglo XXI va a desaparecer. Está desapareciendo, y una gran mayoría de personas supuestamente cultas «porque leen mucho» es ajena a la destrucción de este mundo.
No quiero se interprete esto como una crítica negativa a estos lectores, sino como la constatación de una realidad. Me recuerda a esa escena de Terminator II en la que Sarah Connor sueña con el fin del mundo. Se acerca a un parque infantil del que le separa una valla alta. Grita a esos niños y sus padres que huyan, que se acerca la destrucción nuclear. Desesperada ve cómo una gigantesca bomba destruye Los Ángeles y su onda expansiva los convierte a todos en ceniza, incluida ella.
Ojalá no ocurra, ojalá una gran mayoría fuese consciente de lo que está ocurriendo y saliese a la calle a pedirle a su gobierno que haga lo que sea por rebajar la actual tensión política que se vive en el mundo. Sigan leyendo a Jane Austen, pero de vez en cuando, miren por la ventana lo que pasa ahí fuera.