Comparación de dos novelas con igual premisa pero diferente ejecución y presupuestos filosóficos dispares: Capitanes intrépidos de Rudyard Kipling, y El lobo de mar de Jack London.
Rudyard Kipling y Jack London escribieron dos novelas con pocos años de diferencia cuya premisa era casi exactamente la misma, pero cuyo desarrollo y conclusiones reflejan dos visiones diferentes del mundo.
En 1897, tras su «etapa americana», Rudyard Kipling daba a la imprenta Capitanes intrépidos, una novela de temática estrictamente estadounidense, pero en la que resuenan varios de los temas favoritos del gran panegirista del Imperio Británico. Al igual que en Kim y en Los Libros de la Selva, Kipling nos ofrece una novela de aprendizaje vital, un rito de paso a la edad adulta. El protagonista es Harvey Cheyne, un niñato malcriado hijo de un riquísimo empresario de los ferrocarriles, que durante la travesía del Atlántico en dirección a Europa, cae por la borda del vapor y es rescatado por un bote que faena bacalao en los grandes bancos del noroeste. Desde entonces, la vida regalada de Harvey se convertirá en una dura lucha por aprender lo que verdaderamente cuesta ganar un dólar con su propio trabajo, entre compañeros que viven en pie de igualdad y al mando de un capitán, Disko Troop, que gobierna ese microcosmos con mano maestra. Su hijo Dan servirá de guía y mentor para Harvey, quien de chaval caprichoso y engreído, gracias al trabajo duro y de experiencias cercanas a la muerte, se convertirá en un hombre hecho y derecho. De vuelta en tierra, Harvey telegrafía a sus padres, que lo creían muerto, y estos se apresuran a viajar desde San Diego hasta Nueva Inglaterra. El padre de Harvey, que hasta ese momento no tenía grandes esperanzas puestas en su hijo, se encuentra con que el capitán y la tripulación de la goleta We’re Here han moldeado a Harvey hasta convertirlo en el heredero necesario de su imperio de los transportes.
Unos años después, en 1905 el escritor californiano Jack London, gran admirador de Kipling, se basó en su experiencia propia a bordo de una goleta para escribir una novela con una premisa calcada. El señorito Humphrey Van Weyden, un hombre de 35 años que había vivido siempre de las rentas de su familia rica, cae por la borda de un vapor que atraviesa la bahía de San Francisco y es recogido por una goleta que se dirige al Pacífico noroccidental para la caza de focas. Sin embargo, Van Weyden no tendrá tanta suerte como el Harvey Cheyne de Capitanes intrépidos, pues la goleta Fantasma está dirigida por un monstruo, un demonio más que un hombre: Lobo Larsen, que capitanea un barco maldito en el que su capricho puede condenar a un hombre al escarnio, el castigo físico e incluso la muerte, sin que estas circunstancias ablanden una pizca su duro corazón. El aprendizaje de Van Weyden a bordo del Fantasma es el de la igualdad en la brutalidad: todos los miembros de la tripulación son iguales en tanto que sus vidas están a merced de la voluntad de Lobo Larsen. Si en el We’re here reinaba la camaradería, en el Fantasma reina la más atroz anarquía hobbesiana, en la que todos harán lo necesario para sobrevivir, y donde las manifestaciones de defensa de la ética y la moralidad son aplastadas sin contemplaciones y con despiadado salvajismo por Lobo Larsen. Van Weyden aprenderá todo lo necesario para sobrevivir en ese infierno y hacerse hombre.
La complejidad de El lobo de mar supera ampliamente a la de Capitanes intrépidos, que sobre todo en sus dos últimos capítulos entra en una dinámica más propia de la telenovela bienpensante que de la novela de aprendizaje. Kipling no tenía el talento de Dickens para los finales felices, y nos regala una especie de pedagogía sensiblera que bien podía haberse ahorrado. Sin embargo, el final de Humphrey Van Weyden es el de un auténtico héroe, el triunfo del espíritu sobre el del materialismo grosero encarnado en Lobo Larsen. Y además, lo hace mediante el amor, tema muy querido para el que esto escribe, pues si bien durante tres cuartas partes de la novela, Van Weyden se limita a sobrevivir manteniendo un perfil bajo, la llegada a bordo de la poetisa Maud Brewster en circunstancias parecidas a las suyas transforma al protagonista, quien ahora tiene una razón mucho más fuerte para vivir e incluso para morir llegado el caso: su amor por esta «frágil mujer», que como veremos solo es un sintagma paradójico, pues lo que se revela en la etapa final de la novela es que Maud Brewster es tan capaz de salir adelante en las más duras condiciones como lo sean sus compañeros del sexo masculino.
He aquí una diferencia fundamental entre las dos novelas. Mientras que en Capitanes intrépidos tenemos a dos mujeres —en papeles secundarios o terciarios—, la una histérica y hipocondriaca (la madre de Harvey Cheyne) y la otra sumisa y resignada (la esposa de Disko Troop), en El lobo de mar, Maud Brewster adquirirá un papel de importancia capital para el desarrollo final de la novela y del protagonista. En un principio, Maud es tan frágil e ingenua como solo podía serlo una señorita joven de la burguesía de Nueva Inglaterra, acostumbrada a una vida fácil y en ambientes intelectuales, pero las circunstancias terribles a bordo del Fantasma y su posterior huida en un bote con Humphrey Van Weyden en los helados y furiosos mares del Pacífico noroccidental, la convierten también a ella en un ser fuerte, tanto en espíritu como en materia bruta. Y sin dejar de mostrarse femenina, consigue ponerse a la altura de su compañero de infortunios.
Jack London educa a su pareja protagonista en las dificultades del mundo y de la vida, los saca de su zona de confort y los obliga a mirar la realidad de tú a tú. Y salen vencedores merced a su sacrificio y a su amor. Son héroes. Rudyard Kipling educa a Harvey Cheyne para gobernar hombres. Al igual que en otros de sus relatos de aventura y aprendizaje: el señor, el hombre blanco británico, tiene primero que mezclarse con los que no son sus iguales para aprender los usos del mundo y poder gobernarlo. Es la educación del señor. He aquí la diferencia que suponía ser un escritor del Imperio Británico venido de una familia más o menos acomodada, y lo que suponía ser el hijo de una familia nuclear norteamericana, pobre y acostumbrada a salir adelante por su valía personal (el auténtico mito fundador de los EEUU). Quizás sea la diferencia entre EEUU y Europa tal y como la solía exponer con mucha gracia y finura Henry James en sus magníficas novelas.
En cualquier caso, tengo que decir que El lobo de mar, con sus disquisiciones filosóficas y sus vívidas descripciones de personajes y situaciones, da ciento y raya a Capitanes intrépidos, que palidece como una novela juvenil ante el portentoso relato de London, cuya filosofía resulta contradictoria en no pocas ocasiones, pero cuyo satisfactorio final nos redime a todos.