Tabernas, posadas, hotelitos y cafés

Álvaro Cunqueiro, La taberna de Galiana, Ediciones 98, 2024, 176 páginas

China nunca fue un país de tabernas, sino de restaurantes, que los inventaron allá por la dinastía Song del sur, y luego los mongoles los expandieron, que allá en su Tartaria no los había. La posada es consustancial a la civilización, pero la taberna parece solo cosa de europeos. Para el hotelito y el café hay que esperar al siglo XIX, que nos trajo también la peste del turismo y de los souvenirs. 

He leído estos días en Ediciones 98 un no-libro de Álvaro Cunqueiro, que a su editor, Jesús Blázquez, se lo pidió el propio don Álvaro hablando en latín a través de un cuervo mindoniense. Y lo sacó el avilesino con el título de La taberna de Galiana, donde se recogen todos los artículos que escribió el polígrafo sobre tabernas reales e inventadas. La muerte no es el final, cantan los legionarios, pero sí trunca proyectos de vida, como era el libro que don Álvaro quería escribir sobre las tabernas.

En las tabernas y en las posadas se cuentan las historias del mundo, y numerosas son las que aparecen en la historia de la literatura europea. Las ventas que visitaba nuestro señor Don Quijote fueron de las primeras, pero también la del Licenciado Vidriera y aquella otra en la que se conocen Rinconete y Cortadillo. Los ingleses fueron muy aficionados a la tabernas, y en una de ellas escribió el doctor Johnson su célebre diccionario, en el que decía, entre otras cosas, que la avena era grano para alimentar al ganado en el Inglaterra, mientras que en Escocia alimenta al pueblo. Lo comprobó, al parecer, durante un viaje a las Hébridas con su amigo y biógrafo Boswell. En la literatura fantástica, el señor Tolkien nos dejó una maravillosa posada en el pueblo de Bree, que él llamó The Prancing Pony (El poni pisador), que es donde los hobbits conocen a Aragorn hijo de Arathorn. Y desde entonces, todos los imitadores de Tolkien han incluido posadas y tabernas en sus novelas fantásticas. Conrad escribió un relato ambientado en la posada de las Dos Brujas, y en el pueblo de la familia Simpson, los lugareños se reúnen en la taberna de Moe. Y para no saltarnos ningún género, ahí esta la cantina de Mos Eisly, en La Guerra de las Galaxias de George Lucas.

Pero en el siglo XX, las grandes novelas de aquel siglo y el que lo siguió, por lo menos hasta los años de la Gran Guerra, la burguesía europea se encontraba con sus conmilitones de clase en los hotelitos de Suiza y de Italia, y allí acudían damas que conocían a mozos poco recomendables, parejas adúlteras como Anna Karenina y el conde Vronsky. En aquel siglo, también estuvo de moda el balneario, pero no daba el mismo juego. Pues todos se volvían al hotelito, y los más pudientes, a alguna mansión alquilada a orillas del Arno o del Po. Los dioses griegos ya casi olvidados, pasaron sus últimos días en El Hostal de los Dioses Amables, de don Gonzalo Torrente Ballester

El café también es de la época, muy fin de siecle, y en España tuvo gran florecimiento, siendo escenario de las novelas de Galdós y de disputas terribles en las que perdió un brazo Valle-Inclán. El café ha sustituido a la taberna en Europa y se ha expandido a todo el globo. En Asia, que siempre fue tierra de restaurantes, emergen como champiñones en los límites de los caminos, y en ellos se cuentan sus miserias los oficinistas de Seúl, de Taipéi y de Vladivostok, donde también sirven vodka. ¡Menos mal! 

Servidor de ustedes, muy aficionado a este tipo de establecimientos, siempre los incluye en sus historias. En mi novela, El naufragio de los imperios, el protagonista siempre tiene conversaciones relevantes en bares, restaurantes, hoteles y cafés. Me son particularmente queridos los que están sacados de la realidad, como la cafetería El Gatu de Gijón, que ya no existe, pero existió en los años noventa; el bar Kokomo de Pekín, el TUBA de Bangkok y el Marsalis de Taipéi; el hotel Metropol de Moscú y el Hyatt de Seúl. Pero también los inventados, como el local de Lao Ma, en Pekín, o el bar Tokyo 80 del distrito de Shinjuku, o el hotelito de Wai’ao, en Taiwán, donde el anónimo protagonista de La novia del japonés tiene una conversación más trascendente de lo que aparenta con la susodicha novia.

La taberna, la posada, el hotelito y el café son lugares prestos a la palabra y al secreto, a los encuentros fortuitos y a los estudios de antropología. Qué razón tuvo don Álvaro Cunqueiro en querer escribir una historia de las tabernas gallegas, de las tabernas en general y de las fantásticas en particular, igual que escribió un libro sobre las boticas, que es una de las más sabrosas lecturas disponibles al público.

Lean pues La taberna de Galiana, y la Tertulia de boticas y escuela de curanderos, y su muy conocida La cocina cristiana de Occidente. Letras que se comen, se beben, se huelen y se cuentan en alta voz.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información Básica sobre Protección de Datos:
Responsable: Iker Izquierdo Fernández
Finalidad: Moderar y responder comentarios de usuarios
Legitimación: Consentimiento.
Destinatarios: No se ceden a terceros.
Derechos: Podrás ejercer tus derechos de acceso, rectificación, limitación y suprimir los datos en hola@ikerizquierdo.com así como el derecho a presentar una reclamación ante una autoridad de control.
Información adicional: En la Política de Privacidad encontrarás información adicional sobre la recopilación y el uso de su información personal, incluida información sobre acceso, conservación, rectificación, eliminación, seguridad, y otros temas.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para analizar mis servicios y mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Puedes obtener más información aquí:  Política de privacidad