La amargura de la disidencia

No creo que a estas alturas, el título de este post esté descubriendo al lector sentimientos o situaciones inauditos. Disentir, para el que no es un sociópata, siempre implica una punzada de dolor y no pocos ratos de amargura provocados por la incomprensión, cuando no total oposición, de aquellos que nos importan, incluso de desconocidos que nos atacan con violencia. El que disiente debe estar preparado para los sinsabores que acarrea un posicionamiento diferente o extravagante con respecto a cuestiones sobre las que nuestro círculo inmediato o la sociedad a la que pertenecemos posee firmísimas convicciones.

Callarse por miedo a ofender a otros o navegar a tientas entre opiniones divergentes por temor a las consecuencias —que en ocasiones pueden ser muy desagradables—, es algo de lo que pocos seres humanos hemos sido librados. Las ganas de huir son comprensibles, los arrebatos de indignación y el conjurarse para defender unas ideas contra viento y marea también son comprensibles.

Hay temáticas que se aprestan más que otras a estas situaciones, pero una de las más habituales suele ser la de la política, ya sea nacional o internacional. La polarización de las sociedades posmodernas genera conflictos graves a individuos aprensivos que no pueden vivir tranquilos sin la aceptación de ciertas personas. Una discusión sobre política, particularmente agria, puede clavarse como una pequeña espina bajo la uña y provocar un malestar continuo durante días e incluso semanas si no se la extirpa. 

El exilio exterior o interior puede parecer en un principio una salida fácil, cómoda, y ciertamente conlleva un alivio inmediato, pero a la larga queda siempre la duda de si no debiera haberse enfrentado al rechazo con valentía, de si no debiera haber hecho valer sus razones, y entonces la amargura reaparece.

Quizás la retirada parcial, el equilibrio frágil entre el acto de retroceder y defenderse, sea la actitud precisa, que no hace desdoro de la valentía ni descuida la prudencia. La vida es corta, pero no conviene dejarla sin haber dejado una pequeña huella de nuestro paso.

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