Analizamos cómo la política influye en la publicación de libros sobre Rusia y de autores rusos, adquiriendo un carácter teratológico.
En esta época supuestamente de oro en la que nos ha tocado vivir podemos encontrar múltiples indicios de gregarismo propagandista y negación de perspectivas no alineadas. El mundo editorial español es una de las herramientas más potentes. Bajo la pátina hipócrita y cursi de «la libertad de expresión», las editoriales grandes y medianas filtran ideas, opiniones y autores considerados adecuados por la clase dirigente de turno.
Rusia en las librerías españolas
En los últimos veinte años, hemos asistido a una palmaria operación de propaganda cuyo objetivo es inculcar a la ciudadanía «occidental» una visión muy particular y unificada sobre Rusia. La punta de lanza de esta ofensiva ha sido la prensa, radios y televisiones, como era de esperar, pero también el mundo de la edición de libros. Cualquier persona con un poco de inquietud se pregunta por la razón de que, interesado por la historia de Rusia, no encuentre en las librerías libros de esa temática escritos por rusos. Todos ellos están escritos por anglosajones, franceses, algún alemán y algún español. De vez en cuando se avista un nombre que parece ruso, pero al indagar en su biografía, nos damos cuenta de que es un ruso étnico o emigrado a Inglaterra o los Estados Unidos donde enseña en alguna universidad. Algo parecido ocurre con China y otros países o regiones del mundo.
Hojeando dichos libros y haciendo un balance de la posición de los mismos según su título, sinopsis o comentarios entresacados de las críticas de prensa para efectos de marketing, nos damos cuenta de que domina una perspectiva negativa. Y en no pocas ocasiones, teratológica. Unos optan por un panorama que aparenta ser aséptico, pero añadiendo al final un giro inquietante. Por ejemplo, la sinopsis de La idea de Rusia, de Bengt Jangfeldt, editado por Alianza Editorial, dice:
A través de un ágil recorrido histórico, Bengt Jangfeldt muestra cómo, formulada hace unos dos siglos, en tiempos de Nicolás I, la idea de que Rusia constituye por sí misma una civilización autónoma ha ido reapareciendo «con tal fuerza que, con el apodo de patriotismo, ha llegado a remplazar al comunismo como ideología de Estado». Jangfeldt ofrece aquí un análisis indispensable para comprender verdaderamente lo que está en juego en la «tierra fronteriza» llamada Ucrania. [Negritas mías].
Esa última frase, ya nos revela por dónde pueden ir las cosas, porque para los que hemos seguido el conflicto de Ucrania al día, el sintagma «lo que está en juego» es utilizado habitualmente por los políticos occidentales que abogan por la guerra contra Rusia a través de Ucrania. Y ya no hablemos de panfletos con títulos derogatorios y teratológicos que no dejan lugar a la duda, o estudios que pretenden ser serios, pero con títulos, una vez más, de tintes monstruosos, como el reciente El imperio zombi, de Mira Milosevich.
El filtro de autores rusos
Este panorama no se ciñe en exclusiva a los libros de historia, periodismo o análisis político contemporáneo sobre Rusia, sino que tiene su correlato en la literatura. Hace pocos días, la editorial catalana Impedimenta, anunció la publicación inminente de una colección de ensayos del escritor ruso Mijaíl Shishkin: Mi Rusia. La guerra o la paz, a la que califica de «artefacto necesario de denuncia del régimen de Putin, que sume a la población en una deriva de violencia y censura». En la campaña de marketing, la citada editorial compartió en Facebook una entrevista al autor en La Razón, en la que podemos asistir a la consabida retahíla de lugares comunes sobre la historia reciente de Rusia, la figura de Putin o los valores europeos. Por supuesto, se deja muchas cosas por el camino, omite hechos decisivos, juega con la ambigüedad y da al periódico lo que quiere oír.
Impedimenta, una editorial mediana caracterizada por sus hermosas ediciones, posee en su catálogo obras de otros autores rusos o de Europa del este, cuyo corte ideológico es muy parecido, como pueda ser Anna Starobinets, Gueorgui Gospodinov o Mircea Cartarescu. Este último, magnificado por la prensa especializada y mimado por la mayoría de instituciones ligadas al libro y la literatura, escribió un tribuna en ABC al de poco de iniciarse la operación militar especial rusa en Ucrania, donde nos obsequió con comentarios muy parecidos a los de Shishkin: un mar de tópicos políticos e históricos que harían sonrojarse al más cursi de los poetas franceses.
La cuestión es meterse con Putin, verdadero satán fabricado por la ideología «occidental» para que las masas cretinizadas de las democracias fetén descarguen sus odios, frustraciones y miserias contra un hombre de paja muy conveniente que los distraiga de culpar a los verdaderos muñidores de su infortunio. Todos estos autores, más o menos sinceros en sus ideas (y sin son sinceros peor para ellos), saben perfectamente lo que quieren oír en «Occidente» y aprovechan para vender y venderse.
El caso Limónov
Y es que un escritor ruso contemporáneo solo será digno de publicarse en España si es o ha sido opositor a Putin. Pero hay casos más o menos cómicos que revelan el clima de hipocresía en el que vivimos. Hablemos de Eduard Limónov, fundador del Partido Nazbol (Nacional-Bolchevique) e ídolo literario del exilio soviético y la Rusia contemporánea. La ideología nacional-bolchevique, el nacionalismo ruso y el paneslavismo del que hizo gala Limónov en vida (murió en 2020), no es problema para las editoriales y críticos occidentales porque… en efecto, «Putin lo metió en la cárcel».
Así termina la presentación del escritor en la solapa de su libro Historia de un granuja, publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo: «Enemigo acérrimo de Vladimir Putin, ha sido detenido en repetidas ocasiones, sin dejar por ello de escribir, convirtiéndose en uno de los escritores rusos vivos más valorados». En la sinopsis de su «biografía» escrita por Emmanuel Carrère y editada por Anagrama se dice: «Él acabó en la cárcel, acusado de tentativa de golpe de Estado, y allí escribió más libros, tuvo una experiencia mística y al salir se convirtió en opositor a Putin». De hecho, Carrère comienza el libro con una cita del mismísimo Putin y mencionando el asesinato de la periodista Anna Politovskaya, que toda la prensa y políticos occidentales atribuyen a una orden de Putin, aunque Philip Short, un periodista poco sospechoso de putinista, demuestra que fueron las autoridades chechenas.
Las locuras de Limónov y su ideología, que no encajan ni a tiros con la ideología occidental, son perdonadas como meras trastadas de un bufón porque fue opositor a Putin, y eso es lo que cuenta.
El caso Prilepin
Otro caso que me parece curioso es el de Zájar Prilepin. Supe de él cuando saltó la noticia de que un comando ucraniano había atentado contra su vida con una bomba lapa mientras iba en coche con un amigo, que murió en el acto. Ese mismo día, una amiga me contó que un conocido periodista español se lo había recomendado por parecerle un escritor portentoso. Él lo estaba leyendo en francés. De inmediato busqué su nombre en las principales webs de venta de libros en España pero solo aparecía un título: Patologías, publicado en 2012 por Sajalín Editores.
En la solapa donde se hace un retrato del escritor se dice: «Ha sido arrestado en numerosas ocasiones por sus críticas al gobierno de Putin y por su militancia en el ilegalizado Partido Nacional Bolchevique, fundado por el escritor Eduard Limónov». El libro es una novela basada en las experiencias de Prilepin durante la I Guerra de Chechenia, durante la que se alistó como voluntario de las fuerzas especiales en Grozni. Aunque la novela es políticamente aséptica, supongo que los editores, asesorados por la traductora, decidieron publicar la novela, que por otra parte es magnífica.
No obstante, esto fue en 2012. Dado el talento de Prilepin y su fama de opositor a Putin, cabría esperar que esta u otra editorial siguieran editando sus libros en España, como ha ocurrido con Limónov, Starobinets o la premio Nobel Svetlana Alexiévich. Pero hete aquí que dos años después asistimos al golpe de Estado del Maidán en Ucrania organizado por EEUU, la rebelión de las provincias rusófonas del este y el consiguiente conflicto, cuya fase más caliente vivimos ahora.
Zájar Prilepin apoyó decididamente las aspiraciones de las provincias rebeldes y abogó por la intervención rusa, de hecho se alistó como voluntario para ir a la guerra. Y durante la fase de la Operación Militar Especial, luchó en Ucrania con la Guardia Nacional rusa (Rossvargdia). A pesar de liderar un partido (Por la verdad) diferente al de Vladimir Putin y de haberlo criticado mucho en el pasado, parece que ahora está más que en sintonía con la nueva etapa ideológica y geopolítica que se abre en Rusia.
Y ahora ya saben por qué no veremos más novelas de Prilepin en español. Por lo menos de la mano de editoriales grandes o medianas.
Por mi parte, he contribuido de manera modestísima a combatir la rusofobia en el tercer volumen de mi novela El naufragio de los imperios, que supongo, se perderá en el mar inabarcable de publicaciones que pocos leen.
Quizás la verdadera libertad, no la que esgrimen esas bolsas de pus de nuestros medios de comunicación, ni los disidentes a la caza de espurios elogios de la ciénaga europea; quizás sea hacerse camino entre la hirsuta y difícil fronda de las lecturas realmente enjundiosas y encomiables, aunque sea a costa de grandes trabajos. A lo mejor así, un día, podemos mirar atrás y contemplar con satisfacción que hemos trazado un sendero libre, asestando un tajo indeleble en el cuerpo corrompido y quebrado de esa Europa vieja y puta.