Para muchas personas, la «mano dura» de los gobernantes contra gobernados o de un país para con otro parece ser sinónimo de «realismo político», mientras que la diplomacia, la negociación o incluso la retirada se ven como capitulación o debilidad. Las «quejas» o «denuncias» contra las consecuencias de la «mano dura» son tachadas de «eticismo» y descartadas por, supuestamente, no pertenecer al ámbito de la política.
El caso más claro, y el más sensible por las pasiones que levanta de uno y otro lado, es el de Israel y los que defienden su acción en la franja de Gaza posterior al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. Las denuncias de los miles de muertos provocados por la respuesta israelí se descartan como una cuestión ética que choca con la «necesidad política» de Israel de llevar a cabo esas acciones para mantener su eutaxia, su supervivencia como Estado, la cual estaría, al parecer, puesta en entredicho por Hamás, organización que lleva en su carta fundacional la destrucción del Estado de Israel. También se aducen otros argumentos relativos a la naturaleza del Islam y el peligro que correría «Occidente» en caso de que Israel desapareciera. Pero no voy a entrar en ese espinoso asunto tan lleno de minas y trampas.
Este desprecio de la ética me parece bastante imprudente, tanto en el análisis como en las propias acciones del gobierno de Netanyahu. Las acciones antiéticas, como provocar más de treinta mil muertos directos y destruir ostensiblemente viviendas y medios de vida a gran escala (que provocarán más muertos y sufrimientos de cuerpos humanos individuales), no pueden ignorarse apelando a la superioridad de la «política» sobre la «ética», porque esta última forma parte también del cálculo político en todas las épocas, y mucho más en la nuestra, donde la ética juega un papel propagandístico de primer orden. Netanyahu y su gobierno tienen que calcular no solo el daño a la imagen del Estado de Israel en el exterior, sino a la reacción de los demás estados ante tus acciones, y las consecuencias a corto, medio y largo plazo para la eutaxia del país.
La ética en el cálculo político
Por mucho que se aduzca que la «política» es superior a la «ética», esto no tendrá sentido desde el momento en que otros estados directa o indirectamente implicados en el conflicto consideren tus acciones como inaceptables, porque esta actitud ya será «política». Nada más político que la interacción entre Estados. El problema para Israel es que se ha echado a la gran mayoría de los Estados del mundo en su contra y ha creado un problema difícil de resolver para su principal valedor: los EEUU, ya que el apoyo de Washington a Israel divide muy seriamente al votante norteamericano, en especial al votante demócrata, cuyo partido pretende reelegir a su candidato, Joe Biden, en noviembre.
Da la impresión de que Netanyahu y su gobierno no solo fueron incapaces de prever el ataque de Hamás (dañando gravemente la percepción de seguridad de los ciudadanos israelíes), sino que hicieron un cálculo erróneo de las consecuencias de su estrategia de respuesta para el status del Estado de Israel en el mundo, y por lo tanto, lo que es todavía más grave, para su supervivencia a largo plazo.
La política de «mano dura», o como diría Gustavo Bueno, de «meter los tanques», ha dejado a Israel diplomáticamente aislado en un momento en el que el orden mundial se está reordenando de manera dramática en contra del hegemón, EEUU, que es su principal valedor. La situación de Israel ahora mismo se parece un poco a la del reino latino de Jerusalén: rodeado de Estados musulmanes y lejos de sus verdaderas fuentes de poder.
Tengo la impresión de que Netanyahu y su gobierno cometieron un espectacular error de cálculo durante los primeros días después del ataque del 7 de octubre, cuando la mayor parte del mundo quedó horrorizada por las acciones de Hamás, las cuales fueron condenadas prácticamente en bloque. El horror y la condena a este ataque antiético (pues murieron muchos israelíes y otros fueron secuestrados) por parte de la mayoría de Estados ¿no debería haberse descartado también como una manifestación ética y no política? Pero los que se posicionaron así en un primer momento eran Estados, es decir, el meollo de la política.
Sin embargo, Netanyahu y su gobierno consideraron que, dada la magnitud del ataque sufrido y de las muestras de horror manifestadas por todo el mundo, cualquier tipo de respuesta sería aceptada, y decidió ir a por todas: operación militar sin el cinturón de seguridad puesto.
Rusia como caso opuesto
Se aducirá por parte de los proisraelíes que «de todas maneras, Israel tiene perdida la batalla de la propaganda», lo cual no es cierto. Y no solo porque Israel tiene muchos valedores en la prensa internacional, especialmente en la anglosajona, sino porque otros países que se han visto en situaciones parecidas, han dado la vuelta a la tortilla. Y me refiero a Rusia.
El 24 de febrero de 2022, el ejército ruso entró en Ucrania con una mano a la espalda y destruyendo objetivos exclusivamente militares. Muchos soldados rusos se quejaron a los mandos de que no podían llevar a cabo sus operaciones con normalidad si se les impedía disparar primero (Putin exigió que solo se disparase una vez que habían sido disparados, y que solo se atacase un lugar si se tenía por cierto que no había civiles, de ahí que muchos soldados decidieran no renovar sus contratos en verano de ese año). Rusia sabía que su operación en Ucrania le iba a poner en contra a la gran mayoría de los Estados, como se vio en las primeras votaciones en la ONU. Sin embargo, Rusia mantuvo su política de operación higiénica en Ucrania, evitando en lo posible las víctimas civiles, y a la vez, inició una ofensiva diplomática y mediática para ganarse a una amplia gama de Estados que apoyasen o por lo menos no entorpeciesen su operación militar. Ya en 2023, el vuelco en las votaciones de la ONU a favor de Rusia fue total. Netanyahu y su gobierno deberían haber aprendido del ministro de Exteriores ruso Serguéi Lavrov, cuya campaña diplomática de 2022-2023 debería ser estudiada en todas las escuelas diplomáticas del mundo como una auténtica obra maestra.
Una de las primeras cosas que debería haber hecho Netanyahu es hablar con los principales países implicados en este conflicto y haber calculado hasta dónde le estaba permitido actuar. En vez de eso, recibió la carta blanca de Biden y la UE, y lanzó su operación militar a sabiendas de que generaría miles de muertos directos e indirectos. Jamás alguien dilapidó tan rápido el crédito del que gozaba.
La prudencia política debe incluir la ética
En resumen, Netanyahu olvidó completamente la principal virtud política: la prudencia. Además, confundió el realismo político (la supuesta «lección» que le dio a Pedro Sánchez) con una política de mano dura, cuando lo que debería haber considerado es que era más realista haber seguido otro curso de operaciones: diplomáticas (presionando a los valedores de Hamás y ganando apoyo político más allá de «Occidente»), policiales (con operaciones quirúrgicas contra los líderes de Hamás, e intentando evitar al máximo las muertes de civiles y la destrucción de infraestructuras y viviendas) y propagandística (explicando sus razones y acciones sin recurrir a sintagmas trillados y razones burdas). De todo esto, se deduce que el que sí hizo un cálculo correcto de la situación en el mundo y de las fuerzas en juego fue Hamás. Sabía que la reacción de Israel sería terrible, sabía que su ataque del 7 de octubre se vería empequeñecido por las acciones de Israel, y sabía que la ética puede llegar a ser muy política si sabes «leer el campo de batalla».
¿Qué futuro a largo plazo le espera a Israel rodeado de países hostiles (y aquí da igual lo de que sean o no democracias, eso solo vale para la propaganda, y ni eso), su principal valedor en profunda crisis, y una población que está dividida ideológicamente y que ha perdido la confianza en la seguridad que le proporcionaba el Estado?
Cuando acabe este conflicto veremos si las acciones de Netanyahu fueron prudentes o imprudentes, pero de momento la cosa no pinta nada bien. A lo que se une que su capacidad de disuasión ha sido gravemente dañada por el desastroso pulso que echó a Irán, durante el que se demostró que Israel no es invulnerable; o que la Corte Penal Internacional ha anunciado que imputará a Netanyahu y su ministro de Defensa —junto con otros tres líderes de Hamas— por crímenes de guerra. Ya sabemos que la CPI no es un tribunal «de verdad», pero una vez más: otra batalla propagandística perdida y que debería haber entrado en los cálculos políticos.
Se podrían analizar muchos más aspectos del conflicto en el que Israel sale perdiendo estratégicamente, pero me interesaba poner el foco en la cuestión de la ética y el realismo político. A ver si tanto despreciar la ética nos vamos a pasar de frenada y el retorno del bumerán nos va a hacer un chichón, o algo peor.